Diana Piazzolla nació en 1943 y pronto sufrió serios problemas de salud. Su padre Astor y su abuelo Vicente ("Nonino") hicieron una promesa. Y la cumplieron tallando su nombre en el frente de piedra de la casa donde vivían. El inmueble se conserva y la talla también.
por Marcelo Gobello (*)
Haciendo diagonal con el Paseo Aldrey, en la calle Alberti 1561, aún sigue en pie la casa de Astor Piazzolla, ostentando una talla en su frente realizada por el mismo -genial- músico y su padre “Nonino”.
A principios del año 1937, la familia Piazzolla regresó definitivamente a Mar del Plata, a bordo del barco Southern Cross (Estrella del Sur), con un nuevo integrante además de Astor, sus padres Vicente “Nonino” Piazzolla y Asunta “Nonina” Manetti de Piazzolla: el perrito Shorty (Cortito), amigo inseparable del adolescente, quien durante toda su vida mantuvo el amor y la afición por los caninos.
Después de vivir unos días en lo de una prima, los Piazzolla se instalaron en una nueva casa propia, ubicada en la calle Alberti 1561 (también adquirieron el local lindero de Alberti 1555). Nonino compró esta vivienda con parte de sus ahorros y del dinero que les dejara la venta de unos terrenos y un inmueble que habían pertenecido al ya fallecido Pantaleón Piazzolla, el abuelo de Astor.
La propiedad estaba ubicado en la actual zona de la vieja Terminal de Ómnibus de la ciudad, a unos metros de la calle Alsina y haciendo diagonal con el Paseo Aldrey. Allí Vicente abrió una nueva bicicletería, llamada “Casa Piazzolla”, y un bar restaurante (que funcionó tan solo una temporada) bautizado con el nombre de “New York”, en homenaje a la querida ciudad que los había cobijado durante tantos años.
La querida casa de los Piazzolla de la calle Alberti -que increíblemente se alza aún en pie sin cambios estructurales más allá de una mano de pintura en su frente de dudoso gusto- fue el hogar de Astor en su ciudad natal. Acá pasó sus años más felices y descubrió su pasión por el tango en la época en la cual, además, aprendió a tocarlo, pues no fue en Nueva York ni en Buenos Aires, sino en su querida Mar del Plata donde conoció el misterio del “fueye”, bajo la tutela de los hermanos Paoloni.
Ni la contabilidad ni un puesto en el Casino sedujeron al joven Astor, inmerso ya de adolescente en el universo de la música. Pronto, comenzó a incursionar en distintas agrupaciones tangueras de la ciudad como Los Ases del Ritmo, su propio Cuarteto (o a veces Quinteto) Azul, la orquesta de la Radio LU6 bajo la dirección del recordado Esperanto Pereyra o su fundacional paso por la renombrada Orquesta Típica de Juan Savastano.
Fue justamente en la radio donde Astor conoció a dos personajes realmente increíbles. Se trataba de dos hermanos músicos, Pocholo y Rolando, con quienes armó un trío que comenzó a presentarse en el pequeño escenario que había montado junto a “Nonino” en el fondo del bar “New York”. Allí (más allá de presentaciones esporádicas que tuvo como una suerte de niño prodigio durante su estadía en Nueva York) debutó profesionalmente.
Así los recordaba el propio Astor en sus memorias: “Pocholo tocaba el piano y Rolando el contrabajo, (…) eran mucho mayores. Y además, ciegos los dos. Me adoraban y yo a ellos. Pocholo era una maravilla haciendo al piano los tangos de Francisco De Caro, tenía una onda que con el tiempo descubriría en Jaime Gosis. De Nueva York había traído un par de zapatos con punta de aluminio y también me hacía un número de zapateo americano. Los dos ciegos estaban de vuelta de todo, mango que agarraban se lo gastaban en whisky. Pero tienen un lugar de preferencia en mi corazón. Tocando con ellos los temas de los hermanos De Caro, Maffia y Laurenz tuve como un aviso: fui entrando en la locura del tango”.
En su casa de la calle Alberti, Astor comenzó a gestar sus primeras composiciones y arreglos serios, algo que no dejó de hacer durante las décadas subsiguientes (ya radicado en Buenos Aires por obvias razones profesionales), ya que nunca dejó de visitar a sus padres (recordemos que era mimado hijo único) ni bien tuviera el menor hueco en su agenda.
Asunta Manetti (“Nonina”) también participó de la ceremonia, para la cual convocaron a un fotógrafo del barrio. Se observa la vidriera de la bicicletería de “Nonino”.
La casa también fue un lugar de crianza y especial amor para sus hijos, Diana y Daniel, gracias al gran mimo de sus abuelos. Según recuerda el hijo de Astor, Daniel Hugo Piazzolla, quien fue músico además de su padre durante un tiempo:
“Por supuesto que parábamos en la casa de los Noninos en Alberti 1561, donde estaba el chalet donde habían vivido siempre desde que regresaron de Estados Unidos y había dos locales (el 1555 y 1557). En el 1555 estaba la bicicletería y cuando Nonino se cansó de arreglar bicicletas, puso una juguetería y durante una época al mismo tiempo funcionaba ahí una recepción de tintorería. Todos los veranos los Noninos venía a buscarnos a mí y a Dianita; era adoración que tenían por nosotros.
Recuerdo que Nonino tenía un Citröen 47 (el modelo llamado el once ligero) y nos venía a buscar al otro día que terminábamos las clases. Esa misma noche del fin de clases ya llegaban Nonino y Nonina y al otro día a la mañana ya partíamos para Mar del Plata. Era una fiesta para nosotros, además nos amaban, más que mis viejos.
Y nos pasábamos unas vacaciones bárbaras en Mar del Plata hasta que papá (que por lo general viajaba con mamá los fines de semana que no trabajaba) nos venía a buscar a final de la temporada (un día antes del comienzo de clases) y nos volvíamos con él en micro a Buenos Aires. Nos pasábamos casi cuatro meses en Mar del Plata”.
En la fachada de la que durante tantos años fuera hogar de la familia Piazzolla -donde falleciera y fuera velado Vicente “Nonino” Piazzolla en 1959-, junto a la puerta de entrada a la vivienda, aún se conserva una talla en la piedra con el nombre de “Diana”. La realizó Astor con la ayuda de su padre como homenaje y promesa después del nacimiento de su primogénita en 1943.
“Nonino” Piazzolla junto a su nieta Diana, de 11 años. Su local había cambiado de rubro. Se lee en la vidriera artículos de goma y plástico, chascos, regalos y caretas de carnaval.
La pequeña había enfermado durante sus primeros meses de vida y con ese gesto quisieron agradecer su rápido restablecimiento. Diana siempre estuvo muy orgullosa de ese detalle y en las últimas comunicaciones que tuvimos con ella, con motivo de un libro que este autor estaba escribiendo sobre la vinculación de Astor con su ciudad natal, no dejó de preguntar sobre la existencia y estado de la talla con su nombre.
Realmente, es casi milagroso que, a pesar de tantas décadas pasadas y cambios de propietarios del inmueble, siga firme y vigente, como esperando que la sociedad finalmente reaccione ante el tesoro que encierran esas paredes. Es deber de todos los marplatenses ir a su rescate, que no será otro más que el rescate y preservación de nuestra verdadera historia e identidad cultural.
(*) Periodista y escritor, miembro honorario de la Fundación Astor Piazzolla. Autor de los libros “Astor Piazzolla, su ciudad y su mundo”, y “Una retrospectiva del futuro: vida y obra de Astor Piazzolla”.